El brutalismo en su definición más simple es un estilo de arquitectura imponente caracterizado por el uso de materiales industriales en su forma más pura y anteponiendo su función por encima de consideraciones estéticas. The Brutalist se inspira en ese estilo, resultando en una obra que es visualmente imponente y ambiciosa pero que luego de contar su historia no deja nada más en el espectador. Todo es funcional, al servicio de la historia, sin dejar un efecto profundo ni introspección. Esto no quiere decir que la película no tenga méritos por su gran escala, una cinematografia espectacular, elenco de primera y la competencia de Brady Corbet como director.

“The Brutalist” nos cuenta la historia de László Tóth (Adrien Brody), un reconocido arquitecto judío húngaro quien escapa los horrores del Holocausto y rehace su vida en Estados Unidos. Su esposa y sobrina quedan atrapadas en una Europa postguerra con pocas posibilidades de un reencuentro. Lázló se establece en Philadelphia, Pennsylvania. Lugar que, al igual que Tóth, buscaba reinventarse luego de la Segunda Guerra Mundial. Es ahí donde eventualmente conoce al volátil empresario multimillonario Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), quien lo contrata para diseñar un centro comunitario que le permita cementar su legado. El empresario se convierte en su benefactor. Van Buren le abre las puertas a su mansión: su familia inmediata compuesta por sus gemelos (es divorciado) y su círculo de amistades. A través de sus conexiones, ayuda a László a obtener su licenciatura en arquitectura en Estados Unidos y posteriormente traer a la familia de László.
Los eventos de la película transcurren en unos 12 años sin contar el epílogo que nos transporta a los 80s. La historia abarca desde su llegada como refugiado en el 1947 hasta finales de los 1950s. En el transcurso de la misma, vemos a un László sufriendo en silencio, batallando los estragos psicológicos del Holocausto con una jeringuilla llena de heroína en mano. Somos espectadores de una relación mercurial con Van Buren que fluctúa entre rechazo y obsesión con László. Dicha dinámica refleja los vaivenes de un proyecto ambicioso que toma años en desarollarse. También vemos como László intenta retomar su relación luego de años separado de su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y con su sobrina Zsófia, quien juega un papel más significativo en el epílogo.

Resulta evidente que Corbet junto con Mona Fastvold lo que realmente querían explorar con su libreto era el llamado “Sueño Americano” desde la perspectiva del inmigrante. László Tóth nunca existió en la vida real. Es una amalgama de muchos que vinieron como él. Aún así, es un personaje muy real para todos aquellos que han emigrado a los Estados Unidos. La experiencia de vivir en un país que te recibe con los brazos abiertos en un instante pero repentinamente no te quiere, es conocida por muchos. Experiencia que se asemeja a la dinámica bipolar entre Harrison y László. Las microagresiones debido a acentos o forma de hablar y estereotipos, aún cuando el inmigrante es graduado de las mejores instituciones académicas del mundo, resulta también muy familiar.
A pesar de la presencia de espacios enormes amplificados por la brillante y hermosa colaboración de Lol Crawley como director de fotografía, la historia resulta extremadamente íntima y llena de subtexto. No cabe duda de que el modesto presupuesto de $11 millones fue un factor para que Corbet pudiese confeccionar una obra cinematográfica de 3 horas y 45 mins con 15 minutos de intermedio sin mucho “pushback” por parte del estudio. Su lenguaje cinematográfico como director es certero. El uso constante de las manos en plano cerrado como “motif” para representar creación, destrucción, conexión, lujuria, tentación, vergüenza, odio, y un sinnúmero de emociones, resultó muy acertado y me recuerda al uso de los niveles y escaleras en Parasite (2019, Bong Joon Ho).
En cuanto a la edición, la película fluye a un paso estable y consistente. Muchos han criticado negativamente la edición (o más bien la falta de edición) por lo largo de la película. Pero en este caso difiero, ya que esas tomas largas y conversaciones extensas permiten que el elenco, encabezado por Adrien Brody, haga su trabajo a cabalidad. En una historia donde es más importante lo que no se dice, cada segundo de expresión facial o interacción en la pantalla pueden hacer la diferencia. La película respeta la inteligencia de la audiencia de ser capaz de poder llenar los espacios en blanco delimitados por el subtexto presente en las escenas y llegar a sus propias conclusiones.

No me cabe duda de que The Brutalist tiene todos los elementos para ser “Oscar bait’ esta temporada. Todo el enfoque en los medios ha sido la actuación estelar de Brody, pero considero que Guy Pearce ha hecho el mejor trabajo de su carrera.
En lo personal, veo esta película de la misma manera que vería un hermoso “coffee table book” de arquitectura y diseño en alguna oficina o agencia de publicidad. Algo hermoso que se puede apreciar en el espacio y tiempo en que se encuentra, pero que una vez lo sueltas no hay necesidad inmediata de volverlo a revisitar.
Año: 2024
Estudio: A24
Director: Brady Corbet
Guión: Brady Corbet y Mona Fastvold
Clasificada: R
Género: Drama
Duración: 3 horas con 34 minutos
Calificación: 4/5